sábado, 27 de septiembre de 2008

Cuentos y Contados III

Miguel siempre estaba en acecho de las casadas, comprometidas o unidas, tiene un cómodo apartamento, cerca de la playa, donde tenía instalado un barcito con un gran surtido de licores y una despensa, repleta de bocadillos, para atender a las que conquistaba, cuando unas de esas doñitas estaban solas porque el esposo se fue de viaje por cuestiones de trabajo.

Habían otras chicas, que eran atraídas por Miguel, pero las esquivaba, cuando se daba cuenta que eran solteras y lo más seguro que estaban acechándolo para un matrimonio.

En la oficina donde trabaja como Ejecutivo de Finanzas, con un buen sueldo, trabajan puras solteritas, pero qué va... esas no tienen el menor chance. Miguel quedó tonto, bien tonto, cuando llego a la empresa Julia, una chera, de ojos verdes, alta, cuerpo de sirena y dueña de una lujosa camioneta 4 x 4.

Desde los primeros días, Miguel le ofreció toda su cooperación muchas cortesías y respeto, para ganarse primeramente toda la simpatía en los trabajos administrativos, inventarios y aspectos financieros, con una alta eficiencia, logrando siempre una sonrisa coquetona de Julia. Al final del trabajo se presentaba el celoso esposo Eduardo. No había forma de salir con ella.

Miguel estaba seguro de que la señora estaba interesada en el, ella cruzaba sus hermosas piernas, cuando lo atendía en su oficina y lanzaba siempre esas miradas que lo electrizaban y el también le correspondía, pero hasta ahí.

Pasados tres meses, se anunciaba una gran convención en Brasil y Eduardo tenía que viajar allá por espacio de dos semanas. Miguel decidió invitar a Julia al apartamento y recibió una negativa de la dama, pues ella de ninguna manera iría a un apartamento.

El día del viaje llegó y mientras Eduardo iba al aeropuerto, Julia recibió a Miguel en su casa, estaban cerca de la intimidad, cuando se escuchó el ruido de la puerta automática del garaje.

Julia se maquilla rápidamente y obliga a Eduardo a lanzarse por la ventana, le dice que se esconda en los arbustos de veranera.

Eduardo entra y ella pregunta: ¡Hola, que te pasó? .
- Nada, perdí el vuelo, se me olvidó el pasaporte.
- Y te irás en la noche?
- No ya no iré. El negocio por el que iba, solo lo podía hacer hoy. ¿Soy yo o estas algo agitada?
- No, para nada. Te prepararé algo para tomar, si quieres salimos a cenar.
- No, me quedaré viendo alguna película
- Esta bien

Miguel en esos momentos, aguantaba las espinas de la veranera, la noche pasó lentamente, y el sin dormir, pues nadie llegó a ayudarle a salir.

No sé como fue que se escapó en la mañana, pero al menos aprendió la lección de no andar con mujeres casadas y menos a dejar su apartamento, ahí esta más seguro.

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